Por: Edgar Álvarez
En la historia política de la República Dominicana, los discursos contra la corrupción han sido abundantes, pero los hechos, escasos. Sin embargo, el presidente Luis Abinader está rompiendo con esa tradición de palabras huecas y promesas olvidadas, al tomar acciones concretas que demuestran su compromiso con la transparencia y la rendición de cuentas dentro de su propio gobierno.
Los números hablan por sí solos: 287 expedientes fueron remitidos al Ministerio de Administración Pública (MAP) y 49 casos fueron enviados al Ministerio Público para su debida investigación. No se trata de cifras frías; son evidencias palpables de una voluntad política real, de un presidente que no solo habla de cambio, sino que lo ejecuta, aunque duela.
Nunca antes un gobierno dominicano había asumido la valentía de denunciar a sus propios funcionarios. Tradicionalmente, los gobiernos solían proteger o encubrir los errores y faltas de sus allegados, convirtiendo la impunidad en una especie de escudo político. Abinader, en cambio, ha decidido romper ese ciclo vicioso, sabiendo que el costo político puede ser alto, pero que la recompensa moral y nacional es mucho mayor.
Es cierto que algunos sectores perciben que en este gobierno “hay corrupción”. Y sí, como en toda administración, existen desviaciones humanas que ningún sistema puede eliminar del todo. Pero la diferencia sustancial radica en la respuesta del liderazgo: mientras otros gobiernos callaban o escondían, este actúa y expone. Esa es la verdadera línea divisoria entre la complicidad y la transparencia.
La lucha contra la corrupción no se gana en un día ni con discursos bonitos; se gana con decisiones difíciles, con firmeza y con la convicción de que el país merece instituciones limpias. En ese sentido, Luis Abinader está sentando un precedente histórico: demostrar que la honestidad no es un discurso de campaña, sino una política de Estado.
La transparencia no solo se predica, se practica. Y hoy, más que nunca, el pueblo dominicano está siendo testigo de un presidente que no teme poner el ejemplo desde su propio gobierno.

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